2. Un paseo en moto por los montes de Sapa,
en el norte de Vietnam, sin casco y con la música sonando a todo volumen en mis
auriculares. Cantando como una loca, sorteando baches, saltando sobre piedras, pasando por pequeños
riachuelos que atravesaban la carretera, disfrutando todo el tiempo de unas
vistas preciosas a los valles de Sapa, sus pequeños poblados y sus campos de
arroz en bancales. Un momento de felicidad plena.
3. Mi primera vez en Londres fui a visitar a
mi hermana, que por aquel entonces cursaba un master en física médica. Vivía en
la única habitación habitable de una casa en obras, con una pareja de amigas lesbianas,
tailandesa y pakistaní. Vivían allí gratis de acuerdo con el dueño, para que la
casa no estuviera vacía y evitar que pudieran meterse okupas a vivir. No había
cuarto de baño (tan sólo el agujero donde más tarde pondrían el inodoro, donde
había que “excusarse” y echar un cubo de agua después) ni cocina. Para comer,
una olla eléctrica para cocinar arroz, algas nori, pepino, aguacate, zanahorias…
comida comprada día a día. Fue mi primer sushi, los makis vegetales, sonrío al
pensar que no me gustaron demasiado, cuando ahora podría vivir sólo a base de
sushi. Dormíamos en sacos de dormir sobre esterillas, por el día me iba a
recorrer Camden Town, Harrods y la abadía de Westminster. Nada me parecía
extraño por aquel entonces.
4. Estambul: una habitación con las paredes
pintadas de rosa chicle, y las camas llenas de chinches. Ronchas por la mañana.
Recorrer sus mezquitas, calles y bazares de día, ducha y cerveza fría con
pistachos en la habitación rosa, fumarnos una shisha y echar una partida de
ajedrez al caer la noche, en el puente Gálata, imaginando siglos de historia.
5. París: la primera vez que estuve allí,
tardamos una hora en encontrar la salida a la calle de la estación de trenes. La
segunda vez, veinte años después, nos alojamos en un hotel frente a la estación
del Norte. El acierto total en aquella ocasión. Amor, arrumacos, paseos,
excitación por todo lo que veíamos, por tanta belleza, saltitos de alegría.
Amor, noches de kebabs y besos en la habitación, que ningún restaurante francés
habría podido mejorar. Una gran nevada, mil cuadros maestros y emocionantes
para compartir, la nieve pegándose a nuestro pelo, a nuestra cara, risas,
alegría, amor. Las luces de feria de la torre Eiffel. Notre Dame de noche, las
gárgolas una vez más, las vidrieras de sus iglesias, Montmartre al atardecer,
besos por la calle. Sexo romántico, fantasioso y un poco sadomasoquista. Tres
días y dos noches de disfrute total en la mejor compañía. Cómo no adorar París.
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ResponderEliminarLa idea, confieso, está copiada de un artículo del Jotdown especial 3, dedicado, mira tú por donde, al gran Julio Verne. El artículo era La vuelta al mundo en 40 imágenes, por Nacho Carretero, sus 40 imágines eran postales del mismo estilo que éstas, y lo disfruté tanto, que pensé: no creo que 40, y ni mucho menos vuelta al mundo, pero yo también tengo unas cuantas postales de mis viajes en la memoria.
ResponderEliminarEl futuro vendrán alguna más. De vez en cuando me viene alguna a la memoria, ahora tengo donde rescatarlas...
Me encantaría ver alguna de las tuyas!!!