martes, 7 de mayo de 2013

La máquina del Tiempo - La Niña: historias de Madrid (II) 1999

4
Yo sé a dónde voy, o sea que tú haz lo que quieras. Puedes caminar a mi lado o irte a tomar por culo. Me da igual lo que decidas, es tu vida, pero si después te arrepientes no vengas a buscarme. Habré muerto ya cuatro veces y no seré la que era. Hoy hago trampas cuando juego al póker, mañana me piraré con tus pelas. Y deja ya de joderme con tus problemas, ya estoy harta de escuchar tus mierdas. Si te callas un rato la boca, a lo mejor oyes alguna buena idea y eres capaz de arreglar tu vida. La mía la tengo clara, ya te he sacado cien metros de ventaja. ¿Que prefieres quedarte ahí sentado? Tú mismo, tío. Pero no intentes que me quede contigo. Lo que tú quieres enseñarme a mí me resbala, y si lo que yo sé a ti no te interesa, ¿por qué coño seguimos hablando?

Y no me comas la moral diciéndome que te he dado la espalda. Es culpa tuya por haberte quedado detrás. Yo voy a seguir avanzando. Tengo una cita con el diablo y no quiero llegar tarde.
 
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7
 
Seguro que tú también tienes un colega muerto.
 
Te reúnes una noche en casa de unos amigos y encendéis unos canutos, abrís unas birras y empezáis a divagar. En la primera fase discutís sobre la vida y la muerte, lo humano y lo divino, lo prohibido y lo permitido. Poco a poco os empezáis a salir de la conversación. Rosario se pone a bailar, totalmente predecible. Tú la miras y te ríes, te ríes mucho porque de repente lo comprendes todo porque todo lo ves distinto, y no entiendes cómo has podido estar tan ciega. Escuchas la letra de Jane Says, por fin entiendes lo que realmente se esconde entre líneas, aún te parece mejor la canción que cuando tan sólo te quedabas con lo que decía. Manu empieza a jugar con los churretones que caen de la vela, y tú te quedas hipnotizada con los juegos de la llama. Te pasan otro canuto. Fumas. Lo pasas. Te entra sed, bebes. Te entra hambre, devoras patatas fritas. Te entran ganas de bailar, y te mareas cuando te levantas del futón. El suelo se ha alejado dos palmos de tus pies mientras giras y saltas, te sientes en conexión con el aire que te rodea.
 

Caes rendida en la moqueta, te metes en la conversación de los demás.
Hablan de los amigos muertos. Todo el mundo tiene uno, todos guardamos una foto en la cartera. Tú también sacas la tuya y la pones en la mesa junto con la de los demás.
 
Alguno se suicidó.
 
Uno la palmó de sida.
 
A otro lo asesinaron.
 
La mayoría murió en un accidente de circulación, como cantaba Loquillo.
Os hacéis un canuto en su honor y os lo fumáis compartiéndolo con su recuerdo. Sabéis que de estar todavía vivos estarían ahora con vosotros, o a lo mejor eso queréis creer. Es menos duro que pensar que a lo mejor la vida les hubiera llevado por otro camino, como con otros colegas vivos ha pasado. A pesar de todo no os sentís tristes, nunca os llegasteis a creer que habían muerto, hoy les sentís aún más cerca.
Echáis el humo sobre las fotos de la mesa.
 
Estás convencido de que en algún lugar del limbo están jugando un billar con Bob Marley y Kurt Kobain y cuando miran para vosotros os llaman pringaos y se parten el culo de la risa.
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10

La ciudad está bien. La ciudad es buena y mala a la vez, está llena de gente buena y de mala gente, también está llena de gente gris, de ésa que aún no se sabe si son buenos o malos porque nunca estuvieron a prueba. La ciudad está llena de humo y de árboles, y de perros que se cagan por las aceras, y de niños jugando a la Play, y de coches que esquivan a los niños. También está llena de bares y de comercios y de cines, de sitios para que no pienses, para que sólo gastes. Es por eso por lo que, aunque la ciudad esté bien, a veces necesites salir de ella, para evitar que se te emboten los sentidos y dejes de pensar para siempre.
 

Así que coges el buga y sales de la ciudad, a lo mejor al este, a lo mejor al sur. Y que no te digas que huir no es el remedio, que no eres gilipollas, es sólo que no se enteran. A ti te da igual llegar a un sitio o a otro, ya sabes que al final siempre hay otra ciudad, o un pueblo, o un bosque, o en el mejor de los casos una playa, pero con el tiempo todas las ciudades se parecen, y todos los pueblos, y todos los bosques, también en todas las playas el agua es salada y la arena es arena y no asfalto. Tú no quieres huir, qué coño, a ti lo que te gusta es el camino.
 
El camino es lo importante. Porque en el camino puedes nuevamente pensar, porque sabes lo que dejas atrás e ignoras lo que hay más adelante, aunque no te preocupa. Puede haber lo que tú quieras, una ciudad, un pueblo, un bosque o una playa, lo que tú decidas, según el camino que escojas. Eso es lo que tú verdaderamente persigues: sentirte libre aunque sea por unas horas, saber que lo que esté por llegar depende enteramente de ti, y que dejen de joderte con la vuelta, la vuelta no está mal, ya volverás, pero todo a su tiempo.
 
Ahora estás al volante y puedes dejar tu cabeza vagar por la carretera, escuchando la música que te pida el cuerpo en ese momento, corriendo mucho, disminuyendo, a tu ritmo. Recordando a gente que hace tiempo que olvidaste, escenas que hace tiempo que pasaron, problemas que nunca resolviste pero que ya no te molestan.
 
Qué más da lo que haya al final. Cuando has visto una playa, las has visto todas.
Lo que importa es el camino.
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12
 

Siempre quise ser fotógrafa de guerra. Poner un muro en forma de Leica entre mi persona y la mierda que hay en el mundo, la mierda en estado puro, las personas guiadas por el odio, el rencor y el afán de poder.
Personas que matan con verdadera saña reflejada en sus ojos, me hubiera gustado captar sus expresiones de sorpresa cuando ellas llegaran a engrosar la lista de los caídos. Quizás entonces, aunque sea por egoísmo, llegaran a entender que se equivocaban, que nunca debieron morir como tampoco matar. A veces el egoísmo también se marca sus tantos.
Hubiera querido ser fotógrafa de guerra para disparar por mi objetivo frente a los disparos de quienes se creen mejores que los demás, de quienes piensan que llevan la razón y ni siquiera saben razonar. Me hubiese gustado comprobar si ante testigos son capaces de avergonzarse o en cambio matarían más.
Me gustan las ciudades destruidas por las bombas, las casas derrumbadas, grandes solares donde antes había centros comerciales y fábricas de neumáticos, la gente destruyendo a la gente. La naturaleza es sabia. Recupera el espacio que un día nos atrevimos a arrebatarle.


Una vez soñé que estaba en una guerra, una cualquiera, igual de cruenta y absurda que cualquier guerra del mundo. Armada con la cámara recorrí calles disparando a soldados a la carrera, a heridos, muertos y mutilados tirados por las calles como periódicos atrasados, a familias enteras huyendo con lo puesto, esquivando balas, perdiendo miembros por el camino. Entré en una casa. El hedor era insoportable, eso jamás conseguiría captarlo ni con la mejor película del mundo. Había cadáveres por todos lados, la sangre ya reseca cubría las paredes, teñía los suelos. En medio de aquella carnicería, un niño de unos nueve o diez años cogía la mano de su madre muerta, sentado a su lado.

- ¿Vas a matarme?-, me preguntó.
 
- No. Te sacaré una foto ahí sentado, si me dejas.
El chaval sonrió.
 
- Qué bien. Porque tengo que conseguir salir vivo de todo este lío.
 
- Claro que lo conseguirás. Porque si hay alguna esperanza en todo este caos, está en ti.
 
- Eso es cierto. Soy lo único que les queda a ellos-, señaló a los cadáveres de la casa-, su única esperanza. He de hacerme grande y fuerte para matar a todos aquellos que nos hicieron daño.
 
Tenía un viejo fusil que sujetaba con su pequeña mano sucia, y determinación en su mirada. Aún así adoptó una sonrisa encantadora para la foto.
 
Recuerdo que mientras dormía luchaba por cambiar el sueño y lograr que mi cámara disparara balas.
 
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22
 
Me gustaría decir que cae una tormenta imposible, eléctrica, de esas que se dan en agosto y llenan en cielo rojizo de una inmensa telaraña de rayos mientras las paredes y los suelos retumban. No es así. Fuera luce un sol espléndido, el cielo es azul, los pajarillos cantan y entonces no entiendo de dónde sale tanto trueno como hay en mi cabeza.
 

Tengo un día rojo. No voy a parar a explicarte qué es eso, alquílate Breakfast at Tiffany's y ve algo bueno para variar.
Mi chocilla es mi mundo, sólo mío y sólo yo. En ella estoy a salvo, nada puede hacerme daño, nadie puede herirme, el tiempo no existe. Cada una de las cosas que tengo a la vista o guardada en el fondo de los cajones es importante, son un todo, un puzzle de mi propio yo. Nada debe faltar. Si le quitas una peseta a un millón seguirás teniendo muchas pelas, pero dejarás de tener un millón. Hoy mi guarida se ha vuelto hostil. El caos vence al orden si alguna vez lo hubo, ha venido a recordarme que aquí estoy a salvo de todo menos de mí misma. Revuelvo los armarios, busco en los libros que alguna vez leí y en las fotos que nunca puse en ningún álbum, busco algún punto de referencia que me guíe de nuevo. Miro en el mapa de Madrid, pero sigo sin encontrarme.
 
Necesito hablar con alguien que consiga distraerme, necesito palabrería útil o inútil que llene el espacio, que no deje hueco en el que mis pensamientos puedan anidar. No porque los tema, sino porque me hunden cada vez un poco más. Una gota de agua fría en la cabeza no tortura a nadie, pero dime si es lo mismo cuando no deja de caer durante horas y horas. Sólo los chinos pudieron inventar algo así. Cojo el teléfono y marco mil números, pero hoy es domingo y, por un motivo o por otro, los móviles están desconectados, los contestadores saltan y nadie hay para escuchar mi grito de ayuda.
 
Vuelvo a observar las cuatro paredes de mi salón. Hace calor, más que ningún día este verano, por lo menos así me lo parece. Hoy estoy empapada en sudor, o acaso lucho por desintegrarme y no dejar más que un charquito de agua salada. Cambio un CD detrás de otro, ninguna música me motiva, ningún cantante tiene nada nuevo que decirme que no me haya contado ya. Supondrás que ni pienso comentarte el tema de la tele, la tele da simplemente asco.
No sé qué hacer para salir de donde estoy, no sé a qué dedicar los próximos minutos. Estoy saturada de nicotina y mi estómago se niega a pensar en la posibilidad de comer.
Empiezo a andar de un lado a otro de la habitación. Me siento como una de esas estrellas que se extinguió hace millones de años, pero que aún nos sigue mandando su luz. Estoy fuera de contexto, podría estar muerta, en mi limbo particular, sin embargo me toco la piel y sigue caliente, sigo corpórea. Como la estrella sólo parece que sigo existiendo, en realidad hace mil años que estallé.
 
Es imposible que cada minuto que pasa contenga menos de setecientos segundos.
 
Sólo queda poner algo de buen jazz, digamos I got it bad (and that ain't good) de Duke Ellington. Me fumaré el chino que me queda y me tiraré sobre la cama a esperar que llegue mañana y el ave Fénix resucite. A esperar que mañana sea otra, la misma, la que antes era, la que hoy no soy.

(1999)

2 comentarios:

  1. Esto, al contrario del relato de tu viaje, me supo a nuevo. Me cautivó el poderío de determinadas frases "tengo un día rojo", "Es imposible que cada minuto que pasa contenga menos de setecientos segundo", "al final siempre hay otra ciudad, o un pueblo, o un bosque,(...) con el tiempo todas las ciudades se parecen".

    Es verdaderamente brillante, el de la ciudad me encanta.

    Me pregunto por los números intermedios que faltan. Seguro que alguna maravilla se pierde.

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  2. No te creas, había mucho malo, bastante mediocre, y alguna cosilla que sí merecía la pena rescatar, pero nada más. Tampoco estas me gustan ya demasiado, pero sí les reconozco una fuerza (o quizás una frescura) a algunas partes y frases que ahora me encantaría saber reproducir.

    Supongo que hay que volver a los 20 para tenerlas. Pero ahora tenemos "el poso de la madurez", no? ;)

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