Son malos tiempos
para los libros, como objeto físico. La crisis, unida a la subida de precios y
a tener los libros más caros de Europa, hace que las ventas en las librerías
vayan descendiendo vertiginosamente. El gasto en libros es absolutamente prescindible
cuando no tienes con qué pagar la hipoteca o darles tres comidas calientes diarias
a tus hijos, sobre todo si hay alternativas, que las hay. Los pisos menguantes
de hoy en día, nada que ver con los más de cien metros cuadrados de antaño,
tampoco dejan mucho lugar para almacenarlos, quizás como mucho un par de
estantes en las casa de los más osados. Los lectores electrónicos tan
popularizados hacen posible poder leer sin necesidad de formato físico que haya
primero que comprar (esto es así, y gracias a ello hay gente leyendo más que
nunca incluso con la crisis), y después buscar dónde guardar.
Hay varias cosas
que agradecerle al nuevo lector electrónico, además de ahorrar espacio en la
casa. El ahorro a la hora de adquirir una lectura es evidente. Poder portar
cientos de libros en el bolso para poder leer allá donde tengas la oportunidad,
es una maravilla, y permite que una vez acabes un libro, no tengas que
preguntarte cuál comenzar después, pues ya tienes varios nuevos fichajes
esperando su turno. Este hecho, unido a una batería que dura un mes o más sin
necesidad de cargarla, hace muy práctico poder llevar el lector siempre contigo
sin tener que preocuparte por si funcionará cuando lo necesites o no, algo que
a todas luces es una ventaja muy evidente con respecto a teléfonos o tabletas.
Además, tal y
como ha venido pasando con la música, es un alivio no tener que gastarte 25
euros en un producto que esperas te dé horas de placer, para llegar a casa y
descubrir que una vez más, gracias a las mil alabanzas de la contraportada, te
la han vuelto a meter doblada y has adquirido un truño tamaño zeppelín a cambio
de tu dinero. Ahora puedes compartir libros con amigos y familiares sin temor a
que no los devuelvan (cómo era eso de “libro prestado, perdido y estropeado”, o
“quien presta un libro a un amigo, pierde el libro y pierde el amigo”?), buscar
y descargar de la red cualquier libro que te pueda apetecer, o incluso hacerte
con una bibliografía en idioma extranjero que te ayude a perfeccionarlo, a
cambio del único precio de lo que te cueste el lector (los más absurdos,
además, solemos comprar los libros que más nos han gustado en formato papel
para poder guardarlos para siempre, releerlos tal vez, y que algún día dé la
misma satisfacción a alguno de los nuestros, con lo que también contribuimos a
dar justa contraprestación a su autor).
Entre las contras
de un lector electrónico hay dos o tres a reseñar. Una de ella, a efectos
prácticos, es la fragilidad de la pantalla, que es de cristal simple (les
habría resultado sencillo usar cualquier protección o polímero más resistente,
pero ya sabemos que la obsolescencia programa es la filosofía que mueve al
mundo), y hace que una caída puede llevar a tu lector a la basura y tener que
adquirir otro. Me ha pasado recientemente con el mío, uno de los primeros SONY
que salieron, y estoy a la espera de que consigan cambiarme la pantalla
encargándola directamente a China, donde puede que me salga todo por unos 50
euros, y ya sería barato. La pantalla podría costar en España unos 90 o 100
euros fácilmente, si la vendieran, más la mano de obra, lo que haría inviable plantearse
su reparación, y por ello no la venden.
A efectos
románticos, el lector trae consigo dos pérdidas que me ponen de lo más
nostálgica. Una de ellas, el placer de manipular el libro. Su peso, su tacto. El
olor que desprenden. Doblarle esquinas para recordar por dónde voy. Subrayar
pasajes o tomar notas, y poder encontrar la de lectores anteriores (no, no es
lo mismo en formato electrónico, una nota en arial en un lector no puede
reemplazar la caligrafía de tu padre junto al fragmento de un libro que él
leyó, sobre todo si él ya no está,). El placer de tener un libro dedicado por
el escritor, aunque fuera para alguien que no eres tú. Las dedicatorias de las
personas que te los regalaron. Poder anotar al principio la fecha y lugar donde
lo compraste. Marcarlo con un Ex Libris personal. El leve ruido de las páginas
al ser pasadas. Recordar con sólo verlo el lugar, momento y las circunstancias
donde lo leíste por primera vez.
Un libro es un
objeto evocador, como pueda serlo una fotografía, una melodía o un aroma.
La segunda gran
pérdida son las bibliotecas. Las personales, y las colectivas. Cuando una tiene
al alcance de la mano cualquier libro que desee, y al precio de nada, sin darse
cuenta cuándo ni cómo, se deja de ir a la biblioteca, y uno de los lugares más
mágicos del mundo dejan de tener parte de su sentido. Ahora estoy deseando que
la Meloncilla tenga edad para poder llevarla a su primera biblioteca y que le
saquen un carnet. Recuperaré junto con ella esta costumbre que tantas
satisfacciones me dio.
Nunca agradeceré
lo bastante a mi madre el llevarnos todas las semanas a la biblioteca pública
de Sevilla, en la calle Alfonso XII, junto al Corte Inglés, desde que éramos pequeñas.
Me encantaría conservar el primer carnet de biblioteca que tuve. Recuerdo perfectamente
el pequeño portal que daba acceso a unas grandes escaleras, que te llevaban a
la primera planta donde estaba situada una enorme zona infantil. Sería tan
enorme como la recuerdo? Los distintos destinos y circunstancias hicieron que
hayan pasado más de veinte años sin visitar esa biblioteca, y ya nunca más será
posible, pues hace más de diez que la cerraron.
Me fascinaban los
ficheros llenos de fichas con los datos y referencias de los libros. Podría
haberme pasado horas pasando el dedo por encima de las mismas, extrayendo una u
otra de aquí y allá, leyéndolas, ordenándolas. En eso he sido siempre muy rara,
me ha fascinado siempre ordenar fichas, supongo que será parte de una necesidad
profunda de un orden establecido y un sitio para cada cosa en el mundo. Incluso
recuerdo un día en que estaba enferma, en la gran cama de mis padres, ordenando
fichas obtenidas de quién sabe dónde, jugando a “las bibliotecas”. Yo tenía que
haber sido archivera, como mi amiga E.
En esa
biblioteca, a la que nunca fui a estudiar, sino sólo y exclusivamente a escoger
libros, para lo cual podía pasarme más de una hora, leí y releí algunos de mis
libros favoritos de la infancia. Los libros de poemas de Gloria Fuertes. Los de
Michael Ende (Jim Botón, Momo, la historia interminable), Roald Dahl (Charlie y
la fábrica de Chocolate o el gran ascensor, Matilda), o los de Enid Blyton (los
Cinco, los Siete Secretos, Torres de Malory, Santa Clara). Los libros de las
editoriales Alfaguara y Barco de Vapor . Grandes colecciones (Oscar, Kina y el
Láser, Guillermo el Travieso, Celia lo que dice, Pumuky, el pequeño vampiro,
Fantomette) y tantos otros que se me olvidaron. Escoger dos libros, pasarme por
la mesa para que me lo asignaran, que la encargada sacara la ficha de su
bolsillo para ponerla junto con mi carnet en el casillero de “pendientes”, y
que me pusiera un sello con la fecha en el bolsillo del libro… Os juro que una
tontería similar era uno de los momentos más mágicos de mi vida. Seguía los
movimientos de las manos de la bibliotecaria con devoción y admiración.
(Una de las
pérdidas más grandes que tuve en la vida fue el robo, por parte de unos
inquilinos en nuestra comunidad, de mi biblioteca infantil, más de cinco cajas
llenas con nuestros libros favoritos, esos que pedíamos por nuestros cumpleaños
y Reyes, del trastero comunitario. Muchos de ellos se compraron sólo para
completar una colección y poder ser conservados, ya que habían sido leídos
anteriormente gracias a la biblioteca. Maldije haberlos desalojado de nuestras
estanterías para hacer hueco a nuevas lecturas adolescentes. Nunca le perdonaré
lo suficiente a quien lo hiciera el daño que nos hizo. Sólo espero que esos
libros hayan podido hacer feliz a otros niños).
He estado en mi vida
en varias bibliotecas, algunas hermosas, históricas y memorables como la de Nueva York, otras modestas
como la de un pueblito pesquero próximo a nuestro lugar de veraneo, que se
limitaba a ser una pequeña habitación con cuatro estanterías mal contadas,
donde era difícil localizar algún libro apto para nosotras. En todas ellas me
embarga la nostalgia, mezclada con el olor a polvo acumulado sobre el lomo de
los libros, y la promesa de mil historias por descubrir y para perderme en
ellas, que me estremezcan, me conmuevan, me diviertan, me hagan reír o quizás llorar,
me enseñen algo. Pero ninguna podrá compararse nunca a aquella primera
biblioteca cerrada aún hoy a cal y canto y cuyas letras se van cayendo poco a
poco de la fachada, que un día albergará algún edificio oficial. No sé lo que
daría por poder entrar de nuevo en ella y recorrer sus estancias aunque ya
vacías, con un poco de suerte ver alguno de sus viejos casilleros, alguna
estantería desvencijada, o tal vez alguna de aquellas fichas idolatradas desperdigadas
por el suelo.
Una de las cosas
que siempre tuve claro, más después de aquel lamentable robo, era que iba algún
día tendría una bonita biblioteca llena de libros en el salón de mi hogar. Si
era posible, con escalera (esto aún no lo tengo) y si el tiempo lo permitía, organizaría
un archivo para tenerlos todos clasificados y ordenados (ja!, en otra vida??). A
pesar del lector digital, no voy a perder el disfrute de tenerla, conservarla y
engrosarla, y espero que sea la puerta para que la Melona entre también en el
apasionante mundo de las historias bien contadas.
La podéis ver al principio de esta entrada, la Meloncilla también aparece, por cierto :)
La podéis ver al principio de esta entrada, la Meloncilla también aparece, por cierto :)
Curiosas coincidencias. Conservo los carnets de las bibliotecas, hasta tenía pelo en las fotos. Asimismo me robaron mis libros infantiles. Un familiar, en principio "es el primo, te los devolverá, apenas los lea, no te enfades". Perdidos para siempre y no apreciados como merecían.
ResponderEliminarA lo que dices añadiría dos pegas más a los electrónicos...Es mucho más complicado retener el nombre del autor y el título, no están a la vista. A mí me cuesta más retener incluso lo que leo pero ese defecto puede ser personal.
El otro es que es endiabladamente más complicado subrayar, yo que siempre leo con un gozoso portaminas tuve que dejar de hacerlo.
Bueno, te descubro que una de las cosas por las que quise ir a tu casa fue para ver la librería :-)
Tu biblioteca es un rinconcito maravilloso para tirar una manta y pasar las horas ganadas leyendo.
Yo tengo dos mil libros en cajas! Imperdonable.
Si algún día quieres deshacerte de algunos, en mi librería aún queda mucho hueco ;). Cuidaría bien de ellos!
ResponderEliminarTienes razón en lo de la difícil retentiva de título y autor, también de su contenido, cuando me acuerdo de un libro que he leído muchas veces veo en mi cabeza la portada, eso de no verla cada vez que abres tu lectura electrónica hace que todas se fundan un poco en la memoria...
Eres la repera, jajajaja. Se podía haber hecho otra cosa que arañarte la cara. Emociona la foto, sabemos quién estaba dentro.
ResponderEliminarY respecto a lo que está detrás no se puede imaginar mejor escenario para tender un camastro.
Mis hijas juegan a las bibliotecas, sacan todos sus cuentos y los ponen en el suelo en fila, la mayor “inventó” el juego y dice que los jueves es el día que abre su biblioteca, ella misma fabricó los carnets, para mamá, papá y la hermana, también la correspondiente ficha del libro.
ResponderEliminarEl otro día fui a la biblioteca, solo por estar, observar el silencio y sentir lo que dices de los libros, el olor, el peso, las fichas.
Pienso que tenemos suerte de poder combinar ambos, me pasa lo mismo con la música, pago spotify pero a la vez mi sueño es tener una habitación llena de discos y tocarlos y sentirlos.
Lys, creo que formamos parte de una nueva especie de fetichistas, nos gustan determinados objetos por el mero hecho de poder mirarlos, y saber que lo que contienen nos casua gran placer, al margen de que tengamos ese mismo contenido por otra parte y sin "envoltorio".
ResponderEliminarBien por tus niñas, eso es señal de que han descubierto el disfrute de los libros, les acompañará toda la vida. Bien por su madre por dárselo a ellas.