lunes, 27 de mayo de 2013

Nemo, historia de un nombre

Por qué me llamo Nemo, o me gusta llamarme Nemo, tiene mucho que ver, cómo no, con la literatura, aunque nunca supe las razones exactas por las cuales lo escogí como sobrenombre, supongo que hay cosas, las realmente importantes, para las que uno no necesita razones, simplemente las sabe.
Indagando sobre este nombre que ya guarda tantas connotaciones distintas para mí, he buscado distintos personajes reales o inventados que compartieran ese nombre, y no he encontrado ninguno nuevo a los pocos que ya conozco. Quizás alguien pueda ayudarme añadiendo algún Nemo más a la lista?

Capitán Nemo: por orden de importancia, es el primero que debe aparecer en mi lista. Ha sido un referente romántico en mi imaginario desde que era una niña. Dentro de la bibliografía de Jules Verne es quizás el único personaje complejo que aparece (la gran mayoría de los personajes de Verne son bastante planos), y el único que aparece en más de una de sus obras, haciendo un cameo en “La Isla Misteriosa” donde asistimos a su muerte-inmolación. Qué pena me dio aquél relato! Tanto imaginé y suspiré de la mano del viejo capitán misántropo, recluído por voluntad propia en su Nautilus, lejos de la raza humana, recorriendo incansablemente tanta belleza submarina. Gracias a un comic de 20.000 leguas de Viaje Submarino tengo grabadas en mi imaginario infantil las ruinas submarinas de una Atlántida deliciosa, recorrida por los buzos con escafandras-caracolas, rodeados de Gran Azul, así como la lucha contra el calamar gigante y otras grandes sorpresas sobrecogedoras a mis ojos de niña. El Capitán Nemo fue anterior a Cousteau, el Nautilus fue mi morada soñada, recorrer los fondos submarinos mi gran sueño. Tuve que esperar muchos años para poder hacerlo, y el gozo sigue siendo el mismo que el de aquella niña contemplando la Atlántida siguiendo la estela del viejo Nemo.

jueves, 9 de mayo de 2013

Breve vocabulario de una meloncilla de año y medio


 Mamá: necesito algo
Papá: mi chico favorito
Ille: papá también se llama así
Nena: mi primita favorita
Tete: mi mejor amigo, tengo varios repartidos por la casa
Bibi: quiero desayunar
Aua: tengo sed
Má: hace falta que te lo repita? Pues te lo repito. Quiero má, má, má, má, máaaaaaaaaaaaaa
Bebé: esos niños en carritos o los brazos de otras mamás que muchas veces son mayores que yo
Nene/a: los que son mayores que los bebés, hasta los veintitantos por lo menos.
Gugú: el postre nuestro de cada día, dice mamá que el lacteo es bueno, pero yo empiezo a estar un tanto hartita.
No: he dicho que no quiero gugú, que no te enteras.
Caca: con un poco de suerte te lo diré, pero sólo cuando ya la hayas descubierto, antes jamás.
Mano: la cosa que tengo al final del brazo. Que me la deeeees.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Pieloplastia abierta (riñoncitos al jerez)





La maternidad también era esto, y es una de las peores cosas de ser madre. El temor a que le pase algo. El miedo a que sufra sin poder aliviarla. Saber que en tres días operan a tu hija, y lo va a pasar muy mal. Y tú tendrás que hacer de tripas corazón, distraerla, calmarla y consolarla, cuando lo que quisieras es lamentarte y que te consuelen a ti.

Verla cada día contenta, correteando y jugando, aprendiendo cosas nuevas, repartiendo besitos por la calle y partiéndose a carcajada limpia con esa risa contagiosa de cascabel que tiene, y saber que en unos días todo serán lamentos, dolores y estar varios días hospitalizada, tumbada en una cama sin poder moverse ni salir de la habitación, mirándote con ojos de corderito degollado y llorándote todo el día para que su mamá lo arregle todo. Desear con toda tu alma que no la operen.  Y saber al mismo tiempo que lo mejor que le puede pasar es que la operen, un doctor tan bueno y en un hospital tan bueno, porque en otro lugar, en otro momento, habría acabado perdiendo un riñón entre dolores, y el hecho de poder operarla es un privilegio al alcance de muy pocos niños.

La Máquina del Tiempo - Crónicas del Everest (2007)

(7 de Mayo de 2007)


Por fin estoy de vuelta en Kathmandu, antes de lo previsto. El trekking, que deberia haber durado unos 15 dias, me lo he chupado en 11. Toma ya! Eso si, estoy muelllta... Subir y bajar montañas 7-8 horas al dia tiene tela, sobre todo para una novata como yo.
 
Este es el mapa del camino que he hecho:
Espero que se vea bien, si no podeis copiar la foto por ahi y ampliarla.Yo tome el camino de la derecha, el de la izquiera (que lleva al glaciar de Gokyo) no me atrevi a hacerlo sola, a veces hacen falta crampones para atravesarlo, y yo de eso... pues como que no.
 
El resumen queda mas o menos que asi:
 
- Jueves 26 de abril: llegada al aeropuerto de Lukla (2800 m). 2.5 h hasta Phakding (2600 m).
- Viernes 27 abril: Marcha hasta Namche Bazaar(3440 m), 5 h.
- Sabado 28 abril: dia de aclimatacion en Namche Bazaar. Excursion a Thami y subida al monasterio: 4030 m, 7 horas ida y vuelta.
- Domingo 29 abril: Marcha hasta Tengboche, 3867 m. 5 h.
- Lunes 30 abril: marcha hasta Dingboche, 4360m. 4h.

martes, 7 de mayo de 2013

La máquina del Tiempo - La Niña: historias de Madrid (II) 1999

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Yo sé a dónde voy, o sea que tú haz lo que quieras. Puedes caminar a mi lado o irte a tomar por culo. Me da igual lo que decidas, es tu vida, pero si después te arrepientes no vengas a buscarme. Habré muerto ya cuatro veces y no seré la que era. Hoy hago trampas cuando juego al póker, mañana me piraré con tus pelas. Y deja ya de joderme con tus problemas, ya estoy harta de escuchar tus mierdas. Si te callas un rato la boca, a lo mejor oyes alguna buena idea y eres capaz de arreglar tu vida. La mía la tengo clara, ya te he sacado cien metros de ventaja. ¿Que prefieres quedarte ahí sentado? Tú mismo, tío. Pero no intentes que me quede contigo. Lo que tú quieres enseñarme a mí me resbala, y si lo que yo sé a ti no te interesa, ¿por qué coño seguimos hablando?

Y no me comas la moral diciéndome que te he dado la espalda. Es culpa tuya por haberte quedado detrás. Yo voy a seguir avanzando. Tengo una cita con el diablo y no quiero llegar tarde.
 
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Seguro que tú también tienes un colega muerto.
 
Te reúnes una noche en casa de unos amigos y encendéis unos canutos, abrís unas birras y empezáis a divagar. En la primera fase discutís sobre la vida y la muerte, lo humano y lo divino, lo prohibido y lo permitido. Poco a poco os empezáis a salir de la conversación. Rosario se pone a bailar, totalmente predecible. Tú la miras y te ríes, te ríes mucho porque de repente lo comprendes todo porque todo lo ves distinto, y no entiendes cómo has podido estar tan ciega. Escuchas la letra de Jane Says, por fin entiendes lo que realmente se esconde entre líneas, aún te parece mejor la canción que cuando tan sólo te quedabas con lo que decía. Manu empieza a jugar con los churretones que caen de la vela, y tú te quedas hipnotizada con los juegos de la llama. Te pasan otro canuto. Fumas. Lo pasas. Te entra sed, bebes. Te entra hambre, devoras patatas fritas. Te entran ganas de bailar, y te mareas cuando te levantas del futón. El suelo se ha alejado dos palmos de tus pies mientras giras y saltas, te sientes en conexión con el aire que te rodea.
 

lunes, 6 de mayo de 2013

Postales de aquí y allá desde mi memoria (II)

6. La primera vez que viajé a una ciudad sola me fui de fin de semana a Viena, en comparte-coche desde Munich. Tenía 21 años. Quedé con mi conductora para el regreso a la salida de una estación de metro de Viena. Para evitar perderme, llegar tarde y arriesgarme a quedarme colgada en aquella ciudad que me pareció bastante fría (lo achaqué durante mucho tiempo a haberla recorrido sola y no poder compartirla con nadie, no fue hasta años más tarde que descubrí que viajar en solitario es uno de los mayores lujos que hay), llegué con bastante antelación a la parada del metro. Me senté sobre el limpísimo suelo a leer un libro (La Casa de los Espíritus, se me quedó grabado en la memoria) con la mochila a mi vera. En un par de minutos estaba envuelta en el suave universo mágico de Isabel Allende. Una mano frente a mí me sacó de mis ensoñaciones para descubrir a una señora que me ofrecía una moneda. Me insistía que la aceptara, y yo horrorizada, negaba con la cabeza. Concluí que me había confundido con una vagabunda, aunque me parecía que mi aspecto limpio aunque mochilero, leyendo un libro en una estación, no debía haber llevado a nadie a esa confusión. Hoy me pregunto sin tan sólo pensó que necesitaba ayuda para pagar el billete de metro. La anécdota no tiene más importancia si no fuera por el susto que me llevé al creer que alguien me tomaba por una mendiga. El tiempo curte: quince años más tarde me encontraba “mendigando” dólares en el aeropuerto de Kathmandú para pagar unas tasas de salida que no sabía que existieran, y para las que me quedé sin liquidez. Menos mal que los viajeros son gente enrollada, en cinco minutos recaudé los 20 dólares necesarios.

7. El primer vuelo que tomé en mi vida me llevó a la isla de la Gomera. Aquella isla me enamoró por su paraíso tropical. De ella recuerdo esencialmente la belleza de sus árboles (nunca pensé que un árbol de la papaya pudiera ser tan espectacular, y qué decir de los dragos), la carretera al filo de las montañas, la negrísima arena de sus playas y el ritmo lento de los días, con tertulias en el único café del pueblo al sabor de un sabrosísimo café “leche y leche”. Y alguna que otra borrachera en las fiestas lustrales. Sólo regresé una vez allí, y fue igualmente memorable, con recuerdo de bollos preñados recién hechos a las seis de la mañana.

domingo, 5 de mayo de 2013

Postales de aquí y allá desde mi memoria



1. La noche que más calor he pasado en mi vida tuvo lugar en Assuán, agosto 2010. Nos quedamos a dormir en casa de nuestro guía Shaher y su familia, nos quedamos en el dormitorio de invitados, con un balcón con vistas al desierto egipcio sudanés. El té de hibisco no fue suficiente para quitarnos la sed. En esos días había tormentas de arena en el desierto, y toda la casa, incluyendo las sábanas y suelo de nuestro cuarto, estaba cubierta con una fina película de arena. Nos metimos en la cama para descubrir sorprendidos que del colchón emanaba calor. Era como estar tumbados sobre una manta eléctrica a 40 grados de temperatura. Nos echamos al suelo, pero por supuesto las baldosas también soltaban calor, aunque al menos su material te hacía creer que habría un par de grados de diferencia con la cama. Nos acercábamos al balcón. Una bofetada de aire caliente con micropartículas de arena nos recibía, burlándose de nosotros y de nuestro afán por la más mínima brisa nocturna. El ventilador giraba inútil en nuestro dormitorio, removiendo el aire caliente en suaves remolinos. Los minutos pasaban lentos, eternos, y nosotros yacíamos medio desmayados sobre el suelo, envueltos en una capa de sudor y partículas de arena del desierto, sintiéndonos en el infierno de Dante, y pensando qué poco costaba una noche en un hotel de cinco estrellas en esa ciudad, y qué imposible era despertar a las tres de la mañana a nuestros anfitriones para pedirles (rogarles) que nos llevaran allí. 


2. Un paseo en moto por los montes de Sapa, en el norte de Vietnam, sin casco y con la música sonando a todo volumen en mis auriculares. Cantando como una loca, sorteando baches, saltando sobre piedras, pasando por pequeños riachuelos que atravesaban la carretera, disfrutando todo el tiempo de unas vistas preciosas a los valles de Sapa, sus pequeños poblados y sus campos de arroz en bancales. Un momento de felicidad plena.