viernes, 23 de agosto de 2013

Una señora de mediana edad - Antes, ahoras


Hay muchas cosas en las que siento que ya he dejado de ser una jovenzuela para convertirme en “una señora de mediana edad”. Día a día me sorprendo con la cantidad de cosas que antes me entusiasmaban y ya han dejado de gustarme, con este cambio de actitud, de mentalidad o de gustos que no sé de dónde ha salido. Antes pensaba que lo que me gustaba iba inherente a mi Yo, nunca cambiaría, ahora me doy cuenta que muchos de esos gustos eran parte de una fase, conformaban mi juventud. Si pienso cuándo ha tenido lugar la mayoría de estos cambios, ha sido durante la década de los treinta años, supongo que en los 40 se consolidarán y aparecerán algunos (¿muchos?) nuevos.  ¿Es mejor dejarse llevar y vivir como lo siento, aunque eso suponga volverme poco a poco en la vieja cascarrabias que probablemente lleve dentro? ¿Luchar contra ello y esforzarme en no perder lo que un día me hizo feliz sería una manera de aprehender lo que queda en mí de joven?

Empecemos enumerando estos cambios, en qué han consistido:

- La música. Antes podía estar escuchando música a todas horas. Durante una temporada de mi vida tuve incluso un novio músico, que curiosidades de la vida, no le gustaba escuchar música, o no la mayoría de la música que suena hoy en día. La criticaba por su convencionalismo o por seguir fórmulas comerciales, cosas en las que yo estaba y sigo estando de acuerdo. Pero a mí me gustaba la música. Me gustaba y mucho, no concebía vivir sin ella y la seguía escuchando clandestinamente. De un tiempo a esta parte la música me aburre. Ya no escucho más que de vez en cuando en el coche. La mayor parte del tiempo pongo las noticias. Me he vuelto mi padre.

- Hablando de música, ¿dónde quedan esas tardes en mi habitación, yo sola con mi guitarra? ¿Cuándo dejó de interesarme tocarla? Creo que fue en Madrid, cuando vivía allí, la última vez que la tuve conmigo e incluso compré un libro de partituras de guitarra y que intenté tocar algo con ella, en la época de los cantautores. Ahora sería incapaz de tocar ninguna canción, ni tan siquiera creo que recuerde cómo se afina. Era algo que me causaba gran placer, pero para lo que ya, como todo lo demás, me he hecho demasiado vieja.
- Con la música llego a la lectura. Al igual que antes tenía en gran estima la música de los cantautores, también podía disfrutar una tarde entera  leyendo poesía. Me encantaba la poesía. Hoy en día aún me gusta, pero no tengo tiempo para pararme a disfrutarla, paladearla, abstraerme y disfrutarla de verdad. La leo casi a la carrera. Sospecho que si tomara alguno de mis viejos libros de Pessoa o Salinas no sería lo mismo. También disfrutaba mucho escribiendo. Las palabras fluían frescas y espontáneas, tenía cosas que contar, se me ocurrían tramas sorprendentes y siempre tenía la palabra precisa en la punta de mi pluma (acabo de caer en la cuenta que con la llegada del ordenador, también he dejado de escribir con pluma, de hecho hace más de 10 años que no tengo ninguna!). Lo de la escritura lo estoy intentando recuperar por medio de este blog, pero aunque ahora escriba algo, no escribo igual, y es algo que durante mucho tiempo me impidió volver a escribir. Ahora intento no preocuparme por cómo lo cuento sino tan sólo por su contenido. ¿He madurado? En cuanto a la lectura, ahora sigo disfrutando de una buena novela aunque busco más la calidad, y como novedad también me interesan los ensayos y las biografías. Los best sellers los leo si no hay otra opción más apetecible a mano. Y ya no puedo tirarme una tarde entera leyendo, o no dejar un libro hasta que lo acabe, así sean las cinco de la mañana. Ahora voy leyendo a ratitos robados a la vida. Y a veces se me olvida lo que había leído y tengo que retroceder diez o veinte páginas. Y así no hay quien disfrute un libro en condiciones.
- El cine. Antes cualquier película era buena, era entretenida. Me parecía el plan perfecto, ver una peli en el cine o en el video o la tele tirada en el sofá. ¿Y las series? Podía verme una temporada completa de LOST en tres tardes-noches. Ahora me parece un lujo destinar dos horas de mi escaso y precioso tiempo libre a ver una película. Y me cuesta trillones entrar en la trama, me sorprendo pensando “tengo que poner una lavadora” o “mañana voy a tener un día de cojones en el trabajo” y claro, pierdo el hilo. Antes de saber de qué va la película, me he dormido. Ahora el cine me aburre, y no me compensa. Y qué decir del cine de terror. Antes me divertía y me entretenía mucho pasar miedo. Ahora me horroriza, lo paso francamente mal. Y oye, gastar dos horas y sus posteriores pasándolo mal, a veces incluso pagando 7 u 8 euros por ello, pues mira, no. Antes las películas de miedo me parecían emocionantes, ahora veo peligros reales que me pueden pasar a mí, o peor aún, a los míos, en cualquier momento. Por eso el cine de terror es cine de adolescentes. Y por eso es desaconsejado a partir de los 40, con alto riesgo de infarto cardíaco.
- Y esto del miedo me lleva a los parques de atracciones. Soy incapaz de volver a subirme en el barco vikingo o en una montaña rusa desde que subirme a un columpio me da vértigo, o desde que al subirme un una rueda de esas de eje central me mareé. Yo, la del surf. Manda cojones. Que no, que no soy la que era.

- La comida: me pasé años alimentándome de ensaladas, pasta, pollo a la plancha y alguna tapa de vez en cuando. Apenas probaba el dulce pero tenía un vicio excesivo por las patatas fritas de paquete. No sabía cómo dejarlas. Un buen día, como todo lo demás, me di cuenta que llevaba mucho tiempo sin comprar un paquete. Las había ido sustituyendo por otro tipo de snack que siempre he odiado (pobre padre mío, empeñado en que me gustara, si levantara la cabeza se sorprendería mucho!), las aceitunas. Y ya no me gusta la pasta, ahora me gusta el sushi y muero por un buen restaurante, por un chuletón de buey o por unas tostas con foie mi cuit. Y ah, oh, el chocolate. He descubierto el chocolate. Yo, que fui incapaz de comerlo hasta cumplir los 12 o 14 años. El gusto es otro y se ha vuelto sibarita. Como todo. ¿O acaso me he vuelto mayor?
- La comida nos lleva a la bebida y podría dedicarle otra entrada, y posiblemente la dedique, a cómo pasar de la Ginebra con Kiwi Rives al gintonic de marca con “cositas” y en copa balón, pasando por el whisky con coca-cola en vaso de plástico, las sangrías en la playa y el roncola en tubo. Y descubriendo por el camino las virtudes de un buen vino en copa de tallo alto, un pacharán casero de endrinas (gracias, novio vasco), un cava, y ya de paso, una cervecita bien tirada (cortesía de Alemania). A cada cosa, su recipiente perfecto que la mejore. Doble disfrute.

- La soledad, que cada vez me gusta más y cada vez la tengo menos. Quedar con amigos es algo que ahora sólo hago de vez en cuando, cada vez quedan menos amigos, cada vez estamos todos más liados. Y qué decir de salir por la noche, no me veo arreglándome y yendo a un bar de copas de moda o a una discoteca, qué horror, me aburriría tremendamente. ¿Qué haría una pureta como yo allí? ¿Se sigue diciendo pureta? A esos sitios se va a mirar y a que te miren, y ahora no busco ni quiero ninguna de las dos cosas. Me parece absurdo, y me veo fuera de lugar. Es como en los chiringuitos de la playa. Antes me apetecía terminar una jornada de playa tomándome algo allí. Ahora pienso,¿ para qué? Por un lado es tirar el dinero en algo que no me causa tanto placer como tomarme esa misma copa en mi jardín, por otro lado me siento incómoda, una absurda.

- La ropa, el maquillaje. Ja. Ya no me interesa, ni para dedicarle más de una línea. Ahora yo y mi dinero tenemos otras prioridades.

- Lo que me lleva a las playas, otro territorio que me ha descubierto mayor. Antes con una toalla y unas gafas de sol me bastaba, más adelante se hizo también imprescindible un libro o una revista, y puede que un cigarrito en mi época de fumadora, que nunca sabía tan bien como a la salida de un baño tirada al sol, y el móvil que no faltara. Ahora voy a la playa con sombrero, sombrilla y crema factor 50, cubos y palas, ropa de muda para cambiar a la niña, su merienda, la botella de agua… Y no consigo cerrar los ojos o leer una línea ni un solo momento. Ni mucho menos bañarme yo sola, pendiente todo el día de la meloncilla. Miro con envidia a G cuando se mete en el agua a bucear con sus aletas y sus gafas. ¡Si la que le enseñé a bucear fui yo! Pero no soy capaz de meterme y desconectar con unas gafas dejando a la meloncilla en la orilla a cargo de su padre. En seguida me acuerdo que tengo que darle una merienda, o que ya me vale, tendría que estar jugando con ella ahora que puedo. Y cuando miro a los jóvenes haciendo el paseíllo por la orilla, luciendo cuerpos esculturales y tatuajes (últimamente mucho pecho operado también), y jugando dentro del agua, en parejas o en ruidosos grupos dándose ahogadillas, pues también me doy cuenta que hace mucho que eso acabó para mí, y como todo lo demás, sin apenas darme cuenta.
- La libertad, tantos años amiga mía y compañera, decidiendo si continuar en un trabajo, si cambiar de ciudad, si darle un giro a mi vida profesional, si irme a este o aquél otro país, con alguna amiga o sola. Ahora la añooooooooooooooooooro millones. Lo que yo daría por irme sola un par de semanas por ahí, lo justo para poder olvidarme de todo y de todos, y concentrarme sólo en mí y en disfrutar cada detalle y cada instante. Sentirme a la deriva, sin obligaciones ni un mañana. Ya no sólo no puedo conseguir eso, es que ahora, además de mirar por mí, tengo que mirar por dos personas más cada vez que tengo que tomar una decisión, y por ellas a veces no tomo la que me gustaría. Y aún cuando decido que tengo la decisión conveniente, todavía tengo que hacer algo que no he hecho nunca: someterla a consenso, y a veces aceptar su rechazo, por otra de común acuerdo. Es más, a veces tengo que aceptar una decisión o una manera de hacer las cosas que jamás aceptaría ni loca de estar sola. Por ejemplo con la educación de la melona. Somos dos para opinar, y a veces no estamos de acuerdo. Y unas veces yo me salgo con la mía, y otras se sale G. Y le odio cuando no puedo hacer lo que me sale de dentro como madre y me tengo que plegar para evitar el conflicto. Esa falta de libertad duele casi más que el hecho de no poder volver a viajar sola.

En resumen, ¿me debería esforzar en ser más como yo era antes, o he de intentar adaptarme a las circunstancias de ahora, aunque signifique renunciar a gran parte de mi Yo? ¿Era mi Yo lo que siempre me gustó, o era tan sólo una fase? En algunos casos la respuesta está clara, en otros es mi lucha interna diaria…

4 comentarios:

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  2. Imagino con cuáles te identificas y con cuáles no. Yo también quiero intentar pelear por todas las cosas que parece que ya me están vedadas.

    Por otro lado, me preocupa que siempre pensara que lo que me gustaba era una parte importante de lo que yo era, que de alguna manera me definiera, o al menos me perfilara, y ahora compruebo que no tenía nada que ver. Igual que formaban parte de una identidad cultural, también lo eran de una fase temporal. ¿Quién soy entonces, en realidad? Lo que me gusta y lo que no, no lo van a explicar. ¿O sí pueden ?

    La biografía de Gila que me estoy leyendo ahora comienza con una enumeración de cosas que odia y otras que detesta. Significa esa manera de definirse algo para mí? ¿Hay gustos que permanecen constantes toda la vida, y otros mutables? ¿Cómo diferenciarlos? ¿Es importante hacerlo?

    Vivo sin vivir en mí :)

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  3. Reflexiones de lo más interesantes.

    No pienses que al otro lado de la frontera que nos marcamos cuando nos comprometemos con algo (pareja, hijos, trabajo, etc) está la utopía al alcance de la mano. Siempre me da la sensación de que echamos de menos la vida (tan distinta) de ciertas personas que nos rodean y sin embargo ellos nos miran con cierto brillo de envidia en sus ojos tan llenos de libertad.

    Me impresiona que confesando que te ha gustado la música la hayas abandonado. Intenta recuperarla en cualquiera de esas plataformas que hay en la red, recuperaras sensaciones.

    Un saludo

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  4. Toda la razón, Jota. Ya disfruté de aquella etapa de soledad y libertad y diría que hasta me cansé de ella si no fuera porque no es cierto, pero renuncié conscientemente a ella por esta otra como parte de una evolución personal. A veces es inevitable echar la vista atrás y echar de menos todo lo que perdimos. Pero no hay que olvidar que avanzar es dejar cosas atrás, o como también se suele decir, para abrir una puerta hay que cerrar otra antes.

    He echado un vistazo a tu blog, bastante lleno de música. La de conciertos de Revolver que me habré tragado yo en mi época de alternar con músicos. Yo crewo que he tenido tanta música a mi alcance y he escuchado tanta y a tantas horas que me he saturado, fíjate, y ahora me cuesta "desintoxicarme" porque, para bien o para mal, la música está presente en todos lados y es imposible "escapar" a ella, y en muchos casos no podemos escogerla.

    Fíjate que tengo estudios superiores de música, toqué el piano y la guitarra (ésta de oido) muchos años, y me sorprende tanto como a ti que antes la música fuera mi vida y me hiciera vibrar tanto, y ahora no es que la odie, es que me aburre. Claro que el hecho de estar escuchando casi a diario Cantajuegos y cantar canciones infantiles con mi meloncilla a la hora de dormir, a eso se reduce ahora mi vida musical, puede tener algo que ver con ello... ;)

    Saludos y muchas gracias por tu comentario.

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