Esto de
tener un bebé en casa es un desafío constante para el sistema inmunológico. La
semana pasada llegó de la guardería con toses y mocos, un par de días le duró,
los suficientes para transmitirnos el virus que fuera a su progenitor y a mí. Y
de los dos, la peor parte me la llevé yo. Tras cinco días de goteo nasal
intensivo, aquello empezó a complicarse y me obligó a ir al médico para ponerme
a tratamiento de antibióticos. Aparte de bronquitis, he tenido la sinusitis más
brutal de mi vida. Cada leve movimiento de cabeza era un martirio, la cabeza
iba a estallar, mi nariz dolía como si hubiera pasado por un ring de boxeo, las
mejillas y las mandíbulas se quejaban a gritos de dolor. Ha tardado en remitir
cinco días tras el inicio del tratamiento. Ahora ya empiezo a ser persona de
nuevo, lista para reincorporarme al trabajo de nuevo y dejar que me vapuleen
los “virus” laborales.
Consecuencia
de esta sinusitis han sido once días en los cuales he perdido al completo los
sentidos del gusto y el olfato, e intermitentemente el del oído, que andaba
medio taponado. Tres de cinco, no está mal. Ya me había pasado anteriormente,
¿y a quién no?, eso de perder el olfato, pero nunca duró más de uno o dos días.
En esta ocasión he tenido tiempo suficiente para darme cuenta que el olfato es
uno de los sentidos más subestimados que hay, y hacer unas cuantas reflexiones.
La
gente no es consciente de lo importante que es el sentido del olfato en
nuestras vidas. Cuando les cuentas medio amargada que no eres capaz de oler ni
el olor más penetrante, no le dan importancia, no son capaces de empatizar
contigo y entender la gran carencia que es. Te dicen “oh, ya volverá”. Dirían lo
mismo si les contara que llevo una semana ciega total? O sorda como una tapia?
Oh sí,
ya sé que por suerte no vivimos en una época en la que el olfato es vital para
sobrevivir como lo pueda ser la vista o el oído. No tenemos que oler animales
al acecho o seguir pistas de presas. Aunque ojo, sin el olfato no eres capaz de
darte cuenta que te has dejado una comida en el fuego mientras has ido a hacer
otra cosa, y se está quemando. O que eso que te vas a comer y hace una semana
que compraste ya empieza a oler mal y puede causarte problemas. Al margen de
estos “peligros”, el olfato no se hace tan necesario como otros sentidos. Pero
se hace imprescindible cuando hablamos del disfrute de la vida, de darle color,
de una cuarta dimensión que va más allá de lo práctico y añade matices de
excelencia, de las endorfinas de los sentidos, uno de los goces supremos. Y ay
si a esto le añadimos la ausencia total del gusto, entonces casi prefiero
muerte.
Durante
estos once días no he podido capturar ni la más leve reminiscencia de un sabor.
Cualquier cosa, el ajo, los encurtidos, un sofrito, un filete, las salazones
(como veis he estado intentando desafiar a mi gusto con los sabores más
intensos que he podido) han dejado el más mínimo rastro en mi cerebro. Ni tan
siquiera los amargores de las medicinas que tomaba. Nada sabía a nada. Como
mucho podía disfrutar de las texturas, lo que no era suficiente. O eso parecía.
De alguna manera, aunque no obtuviera la recompensa inmediata del placer del
gusto, parece que mi cuerpo sí obtenía la recompensa a medio plazo del alimento
rico en calorías o nutrientes. Lo comprobé porque al ver que todo me sabía
igual, esto es, a nada, decidí dejarme de preocupar por la comida y comer
cualquier cosa que me llenara el estómago. Pero aunque el estómago quedara satisfecho
y el gusto frustrado, había algo más allá del gusto que no lo hacía, y que
requería algo más apetitoso, o quizás nutritivo, y me obligaba a desear comer
ese trozo de chocolate de postre, que si bien no sabía a nada, calmaba de
alguna manera una sed oculta. O un plato de arroz en vez del enésimo plato de
verduras al vapor sin sal (¿para qué añadirla?) que sosegara una sed de hidratos
que no guardaba relación con el “apetito”, o las ganas de “algo apetitoso”. Esto
es así. Es como si en relación a los alimentos hubiera tres necesidades que
calmar: las del gusto, la de llenar el estómago o satisfacer el hambre, y la de
los nutrientes o sustancias que el organismo desea por el motivo que sea (¿necesidad,
a veces adicción?).
Una vez
satisfecho los dos últimos apetitos, me aterraba la idea de no poder volver a
degustar de los matices de los alimentos, de un plato bien cocinado, poder
sorprenderme con un nuevo sabor exótico. Hay que entender que para una gourmet
como yo es una de las pérdidas más grandes que puedo llegar a sufrir. Comer, masticar,
se volvía tedioso, un mordisco tras otro que era pura gimnasia molar, como
correr en lo alto de una cinta que no te lleva a ningún lado. Por suerte, ese
miedo no se ha materializado y ayer pude volver a saborear uno de los goces
supremos para mi paladar: un plato de sushi y sashimi, abusé del wasabi y el jengibre
por el simple placer de darle una tunda a mi paladar. La virgen, qué delicia. Un
auténtico orgasmo culinario.
Volviendo
al olfato, o a la pérdida del mismo, tampoco el vino ofrecía ya ningún
aliciente. Pelaba ajos y mis manos olían a nada. Los sofreía y no sabía por el
olor cuándo estaban en su punto. Lo mismo pasaba con la olla a presión,
necesité de mi nariz compañera para avisarme si aquello empezaba a oler a
quemado, para poder apartar la olla del fuego antes de cargarme una comida. No,
no es esencial para sobrevivir, pero a efectos prácticos mermaba mis
capacidades y necesitaba de ayuda.
¿Se ha
hecho la Melona caca? Quién podía saberlo? Me pasaba el día mirando dentro de
sus pañales para saber si era por eso por lo que lloraba o no le pasaba nada.
Esta
chaqueta que me puse ayer, me la podría volver a poner hoy? O ya no huele a
limpio? Por cierto, huelo YO a limpio? Menos mal que esto me ha pasado en
invierno o me veo recurriendo a dos y tres duchas diarias para evitar la duda
del olor a sudor.
Hablando
de olores corporales: alguien sabe lo que es no poder disfrutar del olor más
maravilloso del día, el de la nena recién levantada? No poder hociquear en su
cuello o en su nuca y aspirar lo que para una madre debe de ser el goce
supremo, el olor de su cachorro calentito tras una siesta. Me volvía loca
pensando en la posibilidad de no poder volver a disfrutarlo, se me antojaba que
sería como verla sólo por fotos o a través de una pantalla de televisión. Afortunadamente,
también eso volvió.
Y
siguiendo el hilo de los olores corporales, hablemos de sexo. Del olor del
compañero que ya no hueles. De los cuerpos en plena batalla hormonal, rebosando
efluvios, sin que de allí mane ningún olor. A algunas personas estos olores
parece que puede llegar a parecerles desagradables, obviamente el momento tiene
mucho que ver. En el fragor del cuerpo a cuerpo, estos olores, intensos,
animales, son capaces de enloquecer a una persona y resultan tanto o más
excitantes que la vista o el tacto. El sexo sin olfato (y de nuevo sin sabor)
de nuevo se transformaba en bidimensional, le faltaban matices, se quedaba un
punto frustrado. A medio camino de la masturbación, y no exagero un ápice.
Dejemos
los olores corporales y abramos el campo olfativo al resto del ambiente. Sin
duda habrá sido una suerte perderme los olores a alcantarilla de una calle, el
de los contenedores al paso, el olor de la papelera de pañales cuando empezaba
a llenarse… Y qué me decís de no poder oler la lluvia en el ambiente, la tierra
mojada (o las calles, que también huelen bien) tras la tormenta, las chimeneas
de leña en nuestros paseos alrededor de los chalets urbanos, los naranjos
mojados cargados de fruta en esta época del año. No llegamos a salir fuera de
la ciudad, pero imagino mi frustración si no hubiera podido llegar a oler el
bosque de pinos, el mar, las algas, el césped recién cortado…
Que
nadie me diga que el olfato no es un sentido básico. Ayer lo empecé a recuperar
y me siento como si me hubiera tocado la lotería. En cuanto el resfriado residual
que aún padezco haya remitido del todo, no habrá quien me haga separar los
hocicos de los míos.
Olfato,
desde aquí te lo digo: qué poquito valorado estás…
Es cierto. Nadie dice que sea básico pero, entiende, que existen procesos en los que te toca ajo y agua, que se hacen imponderables. Todo lo que dices es cierto, como que también el gusto se perfecciona para cubrirlo lo que puede y la vista también, sobre todo en el plano sexual cuando no detectas las feromonas.
ResponderEliminar¿Y qué haces miras adelante o te anidas en el mundo de nostalgias azules cuando olías?
Para que entiendas la importancia del olfato te propongo un juego, tapa los ojos y la nariz a una persona y dale a probar una pizquita de canela. Crees que lo adivinará? Prueba.
El olor a pan y el olor de la persona amada, eso sí que me jode.....lo borro pero ya de la cabeza.
ResponderEliminarEl de la hierba segada, el de la tormenta cuando moja la tierra reseca, eso ozono que me daba la vida, el del buen vino, ...buaaaaahhhh!!!
ResponderEliminarPodría estar toda la noche así, te sorprendería.
El olor a pan! Hoy he recuperado el olor a buñuelos con chocolate caliente, otra experiencia. Lo más curioso es que no necesito probarlos, ahora me basta su olor para alimentarme.
ResponderEliminarHaces bien en mirar para delante y potenciar lo que hay en lugar de centrarte en lo que ya no está...pero me alegro que te sirva este blog como pequeño desahogo en este tema. No dejes de quejarte si lo necesitas, ahora empatizo mucho más con esas quejas! ;)
Los olores corporales los extraño mucho, son catalizadores del deseo, si bien éste se abre camino por vías prodigiosas.
ResponderEliminarSi otra vez paseamos por un jardín observa un detalle que hago muy deprisa y muy continuado: pego pequeños pellizcos a determinadas plantas para probarlas y que su gusto empaste algo la pérdida del olfato.
Podría quejarme mucho más. Lo lamentable es que no obtendría nada.
Mientras te leo abro las aletas de mi nariz y huelo lo que pones.
ResponderEliminarPor suerte yo vuelvo a olerlo todo de nuevo! Y ahora lo valoro más.
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