Después de mucho
tiempo sin escribir, cuesta volver a intentarlo. Si escribir fuera como montar
en bicicleta, estaría pensando en ponerme los ruedines.
Antes, las
palabras llegaban certeras a la punta de la lengua. Quizás haya que decir
ahora, a la yema de los dedos. Las frases se formaban de la manera correcta y
una sentía que había dicho exactamente lo que quería decir. Saber expresarse
bien es la leche. No hay nada más triste que ver a una persona desesperarse,
diciendo “es como si….”, “imagina que…”, mirando al cielo y agitando las manos,
como si esperara que las palabras exactas le llovieran sobre su cabeza. Pero las
palabras se empeñan en no llover y acaban soltando impacientes un “ay, yo me
entiendo!”. Pues sí, hija, tú te entiendes porque lo que es los demás…
Cuando uno se
sabe expresar, sus ideas, sean buenas o no, acaban llegando a los demás que nos
devuelven sus impresiones, a menos que nos dé por hablarle a las setas (o por
escribir en un blog que aún nadie conoce). Si son buenas pueden causar agrado,
admiración o quizás simple empatía. En el caso contrario, a menos que tu
interlocutor sea un tanto grosero, o que participes en un debate televisado (para
el caso es lo mismo), casi seguro que puedes conseguir algún “ajá”, “uhu”, o
algún asentimiento no muy efusivo de cabeza cuanto menos. No pasa nada, tú te
has expresado y la otra persona te ha entendido. La comunicación se ha
producido. Te sientes “comprendida”: qué buena frase, en el más puro sentido
literal.
Y qué puede haber
peor que sentirse “incomprendido”. Para quienes no nos cuesta exponer nuestras
ideas, es algo que no concebimos. Pídele a una persona atractiva que se ponga
en la piel de una poco agraciada: ni de lejos lo conseguirá. Nosotros sabemos
expresarnos, hemos nacido con ello, y es algo que está ahí, no nos cuesta,
contamos con ello. Y pensamos que siempre estará, como nuestro color de ojos, o
nuestro primer hogar. Pero, y cuando algo que se ha tenido se pierde? Es casi una amputación. Cómo reponerse a esa
pérdida? Hay que afrontar el duelo, o existe alguna esperanza, por pequeña que
sea, de recuperar lo nuestro?
Hace tanto que no
escribo, que no sé ni por dónde coger el hilo para empezar a desenmarañar la
madeja. Escribir fue siempre eso: un poco de terapia para comprenderme y
conocerme mejor, aliñada con el saborcillo de saberme creando algo, de hacer
algo “productivo”. Al hacerlo visible, con esto de los blogs y myspace
mediante, además se le añadió la sal del ego, gracias a los comentaristas, con
lo que una se sentía reafirmada en lo que contaba. Así es mi pobre autoestima:
necesita de la aprobación de los demás para asomar la cabeza.
Y de repente mi vida comenzó a cambiar de
nuevo, y para hacer sitio a todo lo nuevo y bueno que llegaba, se me fueron
cayendo cosas de los bolsillos: algunas amistades, algunas aficiones, mi tiempo
libre, mis ratitos conmigo misma. Qué es la vida, sino cerrar algunas puertas
para poder abrir otras. Qué es avanzar por tu camino, sino perder de vista unos
paisajes para poder contemplar otros nuevos.
Hoy veo algunas
de esas pérdidas como algo inevitable, otras reconozco que no me ha costado
nada renunciar a ellas, han caído por sí mismas. Pero hay dos, mis ratitos a
solas conmigo misma, en los que ponía en orden los pajarillos de mi cabeza para
evitar que se desmadraran, y mi gusto por escribir, que me siguen arañando el
alma como una pena antigua y nunca superada.
En realidad, si
lo pienso, sería posible condensar ambas necesidades en una sola vía de escape:
este blog.
Hoy me he
propuesto intentarlo de nuevo.
Volver a contactar con aquella vieja amiga de la infancia que hace tanto que no se ve pero que tanto se echa de menos.
Volver a tocar el piano, veinte años ya sin disfrutar de la sensación plena de dar salida a mi emotividad a través de sus teclas.
Ponerme el viejo jersey de aquel primer novio que me hizo sentirme especial y que tantos inviernos me acompañó, cuando él ya sólo era el recuerdo de un recuerdo, y por tanto mucho mejor.
Volver a viajar.
Volver a contactar con aquella vieja amiga de la infancia que hace tanto que no se ve pero que tanto se echa de menos.
Volver a tocar el piano, veinte años ya sin disfrutar de la sensación plena de dar salida a mi emotividad a través de sus teclas.
Ponerme el viejo jersey de aquel primer novio que me hizo sentirme especial y que tantos inviernos me acompañó, cuando él ya sólo era el recuerdo de un recuerdo, y por tanto mucho mejor.
Volver a viajar.
Hay que seguir
avanzando, sí, y dejar atrás el pasado. Pero quién dice que no es posible
recalcular y recuperar alguna de aquellas cosas, si tanto bien nos hacían, y
tanto se echan de menos. Que no sea porque no lo hemos intentado.
¿Y tú? ¿Qué es
eso con lo que tanto disfrutabas antes, y que ya no haces? ¿Te has planteado
recuperarlo alguna vez, sin excusas? ¿Puede ser este el momento?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
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ResponderEliminarRelee tus palabras, "que tengo con ella", aún la tienes, no las has perdido. La pregunta es, te sabe a poco porque le dedicas menos tiempo del que te gustaría, porque la disfrutas ahora a otro nivel, por algo en especial? Tienes alguna "hoja de ruta" para tenerla de nuevo?
ResponderEliminarQué tal un fin de semana de acampada en el monte, en solitario?
Hay personas para las que es mejor un futuro lleno de espectativas que la realización de las mismas...como para ese escritor.
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