Después de mucho
tiempo sin escribir, cuesta volver a intentarlo. Si escribir fuera como montar
en bicicleta, estaría pensando en ponerme los ruedines.
Antes, las
palabras llegaban certeras a la punta de la lengua. Quizás haya que decir
ahora, a la yema de los dedos. Las frases se formaban de la manera correcta y
una sentía que había dicho exactamente lo que quería decir. Saber expresarse
bien es la leche. No hay nada más triste que ver a una persona desesperarse,
diciendo “es como si….”, “imagina que…”, mirando al cielo y agitando las manos,
como si esperara que las palabras exactas le llovieran sobre su cabeza. Pero las
palabras se empeñan en no llover y acaban soltando impacientes un “ay, yo me
entiendo!”. Pues sí, hija, tú te entiendes porque lo que es los demás…
Cuando uno se
sabe expresar, sus ideas, sean buenas o no, acaban llegando a los demás que nos
devuelven sus impresiones, a menos que nos dé por hablarle a las setas (o por
escribir en un blog que aún nadie conoce). Si son buenas pueden causar agrado,
admiración o quizás simple empatía. En el caso contrario, a menos que tu
interlocutor sea un tanto grosero, o que participes en un debate televisado (para
el caso es lo mismo), casi seguro que puedes conseguir algún “ajá”, “uhu”, o
algún asentimiento no muy efusivo de cabeza cuanto menos. No pasa nada, tú te
has expresado y la otra persona te ha entendido. La comunicación se ha
producido. Te sientes “comprendida”: qué buena frase, en el más puro sentido
literal.