jueves, 14 de mayo de 2015

Victoria

Para que tú nacieras,
un cometa entre un millón 
tuvo que pasar por la órbita de la Tierra 
dejando su plateada estela de partículas extraterrestres 
durante un eclipse de sol total, 
en el justo momento en que Marte y Venus
entraban en conjunción en la casa doce.
Tantas circunstancias excepcionales juntas 
que era altamente improbable que ocurriera
ni aún en un billón de años.
 
Pero naciste, y aquí estás, 
pequeña frambuesa silvestre con risa de arroyo en Sagarmata, 
llenando de canciones y colores mi vida, 
robándome el descanso en las noches.
Dando sentido a todo 
lo que nunca antes tuvo sentido. 
 
Para que tú nacieras 
tuvieron que pasar muchas cosas. 
Muchos relojes desgranaron su rítmico tic tac 
hasta agotarse. 
Muchas lluvias empaparon las tierras de labranza 
y unos frutos nacieron con las semillas de frutos anteriores.
Y así, durante generaciones. 
También hubo acontecimientos únicos, 
otros uno entre un millón. 
Algunos buenos, muchos peores, 
pero cómo juzgar al sofocante calor del verano 
si tras él llega la cosecha. 
Todos y cada uno de ellos te trajeron hasta aquí, 
redimiéndose y justificándose en cada célula de tu cuerpo, 
en cada partícula subatómica de tu ser.
Hubo asesinatos de inocentes, 
accidentes fatales, 
tragedias infantiles. 
Muchas lágrimas derramadas 
desde ojos que ya no podían ver 
más allá de sus recuerdos. 
Hubo presos y huidas apresuradas,
exilios nunca jamás acometidos, 
logrando que las matemáticas 
se equivocaran por una vez, 
haciendo posible una probabilidad imposible. 
Eso eres al fin y al cabo: el resultado 
de una ecuación con constantes e inconstantes
(y algunos inconscientes) 
que fueron sumando y restando 
por el largo y accidentado sendero de los años
hasta llegar a tu resultado.
 
 
Pero naciste, y aquí estás, 
pequeña frambuesa silvestre con risa de arroyo  en Sagarmata, 
llenando de canciones y colores mi vida, 
robándome el descanso en las noches.
Dando sentido a todo 
lo que nunca antes tuvo sentido.
  
 
Un hombre bueno tuvo que morir. 
Su voz se apagó en un grito 
y su sangre regó las áridas tierras extremeñas, 
quedó vertida, pegajosa y oscura 
arropada con su cuerpo vacío. 
Y así de simple, 
a pesar de todos los soles que le trajeron hasta allí, 
sus hijos no llegaron a nacer. 
Las lágrimas de su mujer cayeron durante noches 
salando la boca que nunca ya podría besar 
a ese hombre ni a sus hijos perdidos, 
la misma boca que tiempo más tarde besaría 
los párpados de otro condenado a muerte 
que en el último momento pudo escapar 
(¿por qué éste sí y aquél no?, preguntas.
Parece que no me escuchas: 
Para que tú pudieras nacer). 
Vivieron cercados por el odio ,
y hubo hambre en su casa, 
pero qué es el hambre 
cuando aún estás vivo. 
Su hijo, chinatillo noble, 
queriendo calmar las culebras de su vientre
robó unas peras en un huerto. 
Corrió para escapar, cayó, se golpeó. 
La fruta quedó tirada en el suelo, 
abortada su función de dar alivio,
pero ya daba igual. 
Ya nunca más volvió a pasar hambre. 
Pero qué es tener el estómago lleno 
si ya no puedes ver el sol. 
Otra niña mientras tanto jugaba al escondite 
oculta entre los rincones susurrantes de su hogar. 
Tan bien se escondió que no la vieron, 
puertas que se abren y se cierran, 
ojos que se cierran y ya no se abren,
y su vida cambió en un instante. 
Dos jóvenes se encuentran y no se ven y se reconocen.
Amar es tener ojos en las yemas 
dice la cita, 
pero no habla del sabor de los labios 
que no sólo besan, 
también saben mirarse al corazón, 
ni de los aromas que les marcan el camino 
hasta que los planetas vuelven a alinearse. 
Nace un niño, tu padre.
Los besos y las manos registran sus facciones, 
y el olor, ¡oh, ese olor a personita recién inventada! 
Primogénito adorado, niño despierto, 
juntos vuelan a otro punto cardinal 
donde otras historias están teniendo lugar 
en ese mismo momento. 
Piedras afiladas en el camino 
que obligan a cambiar el rumbo 
de familias enteras 
tan sólo para que tú 
llegues a nacer un día de otoño 
muchos años después.
 
 
Pero naciste, y aquí estás, 
pequeña frambuesa silvestre con risa de arroyo  en Sagarmata, 
llenando de canciones y colores mi vida, 
robándome el descanso en las noches.
Dando sentido a todo 
lo que nunca antes tuvo sentido.
  
 
Una niña cae enferma, apenas sabe hablar.
Los médicos le dan una oportunidad entre mil.
Un gélido miedo se instala en su espalda, le cuesta respirar, 
pero ella sale adelante, desafiante como sólo ella sabe serlo
aunque sólo sea para llevarte la contraria, 
entre reproches con media lengua a sus padres, 
que aguantan pacientes junto a su cama de hospital, 
las respuestas silenciadas en sus gargantas, 
la pesada carga por un crimen 
que nunca jamás cometieron. 
Sigue creciendo, pasa miedo, 
muñecas ejecutadas aterrorizan sus días 
enturbiando sus sueños infantiles.
Deja la escuela, pero guarda en una maleta 
de cuero marrón con hebillas 
sus ganas de aprender 
y marcha a lo desconocido por su propio pie. 
Aprende lenguas, aprende a vivir su vida,
a hacer caso sólo a los dictados de su corazón.
(Un joven huérfano y risueño 
le muestra el camino, 
enseñándole a conducirse 
por la carretera asfaltada de la vida, 
entre señales de tráfico, marchas atrás, 
direcciones prohibidas 
y semáforos en rojo). 
Aprende que la vida es sólo una y hay que vivirla, 
luchar por alcanzar las metas que te propones, 
aunque sean pequeñas como aprender a coser, 
aunque sean tan enormes como ser madre a jornada completa 
renunciando a todo lo que pudo ser.
Y pudo ser mucho, 
para ser lo que quiso ser. 
Aprende que aunque a veces piense que se equivocó 
todo pasa por algo.
Y eso es lo que te hace grande, imprescindible, 
convertiste los errores en aciertos,
las pérdidas en triunfos.
 
Pero naciste, y aquí estás, 
pequeña frambuesa silvestre con risa de arroyo  en Sagarmata, 
llenando de canciones y colores mi vida, 
robándome el descanso en las noches.
Dando sentido a todo 
lo que nunca antes tuvo sentido.
 
 
 
Y aún hay más; el prefacio de tu vida es largo 
mientras que tu libro aún está por escribir 
(con mi mente imagino sus pulcras páginas en blanco inmaculado 
con cantos dorados, 
una edición de lujo este libro. 
Me estremezco al no saber a partir de qué capítulo 
dejaré de estar contigo). 
Aún hay una niña nacida con el fuego 
de la marquesa de Bornos en su pelo, 
y el sello del marquesado grabado en su pierna, 
el mismo que tiene tu abuela, y que tienes tú. 
Fresas, les llaman. 
como si nosotras no supiéramos 
que son frambuesas, o aún mejor, 
moras, moras, 
de las que dejan en la boca el dulce recuerdo de Abi. 
Ua niña tímida, despierta, tu madre, 
que no sabe lo que es el amor más que por los libros, 
y ni aún empujada del nido por mamá pájaro 
consigue descubrirlo. 
Su juventud se va marchitando, 
y en noches de soledad con la cadencia del jazz de fondo 
se pregunta qué sentido tiene esto, 
vivir sin vivir lo que viven los demás. 
Y se propone vivir a su manera, 
pues como la luna infalible, todo tiene una cara luminosa. 
Y aprende, y estudia, y viaja, y trabaja, 
conoce personas, hace mudanzas, 
cambia sus referencias una y otra vez 
buscando reinventarse, 
encontrarse, 
apaciguarse. 
Alemania, Francia, Italia, Grecia, 
Munich, Madrid, Munich, Vitoria, 
Nepal, Vietnam, Laos, Camboya, 
Chauen, Nueva York, y al fin y al cabo Sevilla,
cuando de repente 
los planetas comienzan a alinearse una vez más,
esta vez en un Universo virtual,
u baile de ceros y unos sin sentido (¡y con tanto sentido!).
Imposibles de descifrar, 
como los cantos de las sirenas que escucha Ulises 
atado al mástil de su barco a la deriva, 
a merced de los vientos y los mares 
hasta llegar a la isla de Nemo.
 
 
Pero naciste, y aquí estás, 
pequeña frambuesa silvestre con risa de arroyo  en Sagarmata, 
llenando de canciones y colores mi vida, 
robándome el descanso en las noches.
Dando sentido a todo 
lo que nunca antes tuvo sentido.
 
 
Piloto loco en vuelo rasante que llegó arrasando. 
Se abrió la pajarera del jardín de Sagarmata 
y cientos de pájaros de seda salieron volando 
sobre nuestras coincidencias. 
Hubo risas, y lágrimas, encuentros y desencuentros, 
una primera cita en la barra de un bar que no era, sin vernos. 
Hasta un primer plantón hubo, 
y unas ganas tremendas de estampar una calabaza 
sobre esa tremenda cabeza loca que tiene tu padre 
(no es extraño que hasta el pelo haya perdido).
Y hubo amor, mucho amor, y eso cuenta. 
Lo más divertido de todo 
es que un día no muy lejano 
tú misma podrás revivirlo todo 
desde el registro binario de nuestras cartas 
transcritas en papel.  
Y otra muerte de otro hombre bueno, mi padre, 
que abre una nueva puerta, 
una puerta roja con un León. 
Y al pasar a través de ella llegamos hasta ti, 
a través de peligros en el techo del mundo
(mi rostro en medio de una ventisca 
hablándole de ti, para que no desfallecera),
nevadas en París,  
narguiles en Estambul, 
inmersiones en Koh Tao, 
y besos en el Nilo, 
donde todo cambió para siempre, 
cuando allí nunca nada cambia 
como todo el mundo sabe. 
Y pasó el cometa esperado 
Dejando su estela por la órbita de la tierra, 
en el justo y preciso momento
en que un eclipse solar
tenía lugar bajo mi monte de Venus 
(nuestros planetas en conjunción 
en la casa doce, ¿recuerdas?). 
Y llegaste tú, durante una lluvia de estrellas, 
cabalgando desnuda una dracónica,
orgullosa, guerrera, como una amazona desafiante. 
Arrullada entre besos y mimos y susurros 
llegados de cien generaciones atrás.
 
Por eso cuando me preguntas
por qué te pusimos ese nombre,
sonrío y recuerdo esta historia 
de improbables e imposibles.

 
 

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