jueves, 7 de marzo de 2013

Sobre libros y bibliotecas

Son malos tiempos para los libros, como objeto físico. La crisis, unida a la subida de precios y a tener los libros más caros de Europa, hace que las ventas en las librerías vayan descendiendo vertiginosamente. El gasto en libros es absolutamente prescindible cuando no tienes con qué pagar la hipoteca o darles tres comidas calientes diarias a tus hijos, sobre todo si hay alternativas, que las hay. Los pisos menguantes de hoy en día, nada que ver con los más de cien metros cuadrados de antaño, tampoco dejan mucho lugar para almacenarlos, quizás como mucho un par de estantes en las casa de los más osados. Los lectores electrónicos tan popularizados hacen posible poder leer sin necesidad de formato físico que haya primero que comprar (esto es así, y gracias a ello hay gente leyendo más que nunca incluso con la crisis), y después buscar dónde guardar.

Hay varias cosas que agradecerle al nuevo lector electrónico, además de ahorrar espacio en la casa. El ahorro a la hora de adquirir una lectura es evidente. Poder portar cientos de libros en el bolso para poder leer allá donde tengas la oportunidad, es una maravilla, y permite que una vez acabes un libro, no tengas que preguntarte cuál comenzar después, pues ya tienes varios nuevos fichajes esperando su turno. Este hecho, unido a una batería que dura un mes o más sin necesidad de cargarla, hace muy práctico poder llevar el lector siempre contigo sin tener que preocuparte por si funcionará cuando lo necesites o no, algo que a todas luces es una ventaja muy evidente con respecto a teléfonos o tabletas.

domingo, 3 de marzo de 2013

Una anosmia de narices



Esto de tener un bebé en casa es un desafío constante para el sistema inmunológico. La semana pasada llegó de la guardería con toses y mocos, un par de días le duró, los suficientes para transmitirnos el virus que fuera a su progenitor y a mí. Y de los dos, la peor parte me la llevé yo. Tras cinco días de goteo nasal intensivo, aquello empezó a complicarse y me obligó a ir al médico para ponerme a tratamiento de antibióticos. Aparte de bronquitis, he tenido la sinusitis más brutal de mi vida. Cada leve movimiento de cabeza era un martirio, la cabeza iba a estallar, mi nariz dolía como si hubiera pasado por un ring de boxeo, las mejillas y las mandíbulas se quejaban a gritos de dolor. Ha tardado en remitir cinco días tras el inicio del tratamiento. Ahora ya empiezo a ser persona de nuevo, lista para reincorporarme al trabajo de nuevo y dejar que me vapuleen los “virus” laborales.


Consecuencia de esta sinusitis han sido once días en los cuales he perdido al completo los sentidos del gusto y el olfato, e intermitentemente el del oído, que andaba medio taponado. Tres de cinco, no está mal. Ya me había pasado anteriormente, ¿y a quién no?, eso de perder el olfato, pero nunca duró más de uno o dos días. En esta ocasión he tenido tiempo suficiente para darme cuenta que el olfato es uno de los sentidos más subestimados que hay, y hacer unas cuantas reflexiones.